AUTOR: Santiago Peña
Todo empezó el día que llegó Jairo y Claro con las boletas para ir a Ibiza. Jairo, un joven de 15 años que vivía en mi conjunto y Santiago Claro, otro amigo que conocí en el colegio un par de años atrás, nos invitó a esa fiesta llamada Ibiza.
Llegamos a la fiesta y sentimos que todos nos miraron mal, porque nos llevó el padre de Jairo. Tal vez nos veían como niños. Recién entramos, nos encontramos con Jianiot, un joven de mi colegio que en alguna ocasión me había golpeado. Inmediatamente me encaminé a devolverle aquel golpe y de un puño lo dejé inconsciente. Rápidamente, sus amigos lo levantaron y se arrebataron contra mi. Mis amigos con valentía, me ayudaron contra ellos y así los vencimos. Desafortunadamente por aquel incidente nos expulsaron de la fiesta, pero no fue problema alguno, ya que nos saltamos un muro y entramos de nuevo.
Al entrar otra vez, vi a un hombre que golpeaba a una niña de quince años. Mis ojos se cegaron y me acerqué. Estaba cerca al d.j. pero sin importarme, le propiné 17 puñaladas en el vientre, en la espalda y le escribí con el cuchillo, "cobarde".
Después de lo ocurrido, me drogué y emborraché. Primero escondimos el cuerpo para no apagar la fiesta. Cuando ya casi finalizaba la fiesta, un hombre desconocido me prestó un tambo. Sin querer, lo abrí y entonces, también sin intención, acabé la fiesta. Salí a la calle a pedir un taxi, pero fue muy tarde. Llevaba dos puñaladas clavadas en mi cuerpo, y sin importarme, tomé el tambo y de un golpe en la cabeza derroté a mis contrincantes. Con eso, todo termino. Con eso, gané suficiente tiempo para huir.
Camino al hospital, empecé a sentirme mal porque había perdido mucha sangre. Cinco minutos después, perdí el conocimiento. Amanecí en el hospital. Estaba vivo de milagro, pero ahora tenía que cuidarme, ya que había conseguido muchos enemigos.
Tiempo después, cuando todo se había calmado, escuché un disparo, luego dos,, después tres, todos cerca de mi casa. Cuando llegué, mis familiares habían muerto. Un hombre, que salió de algún lugar, me tomó por la espalda y me propinó más puñaladas. Las conté: fueron diez. Después, me disparó.
Yo no entendía por qué pasaba eso, hasta que vi la cicatriz de su cara. Había sido el hombre al que le pegué con el tambo aquella noche.
Me sentí asustado porque pensé que iba a morir en manos de ese hombre. de repente, la policía llegó y lo mataron. Apenas vi que moría, yo también pude morir en paz...
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